Por: MARÍA ROSARIO CARRASCO PATZI
La Escuela, la Universidad, junto con la Familia y los Medios de
Comunicación de Masas, son cada uno espacios de socialización muy importantes y
por lo mismo, un claro espejo donde la sociedad puede mirarse a sí misma .
Por ello, se puede considerar que la juventud en situación de riesgo social
es aquella que establece, una interacción inadecuada con sus entornos
que son la familia, la escuela, la universidad, el barrio, el vecindario, las
instituciones, etc., los cuales no cubren sus derechos individuales, poniendo
en peligro su correcto desarrollo social y dando lugar a un posible inicio del
proceso de inadaptación. Asimismo, uno de los aspectos que más ha preocupado en
este último periodo de tiempo a psicólogos, pedagogos, sociólogos y a
diferentes tipos de Cientistas Sociales es la manera cómo la escuela ha sido
tomada por procesos violentos. Es un proceso común en Brasil, Nueva York,
Argentina y escuelas de diferentes lugares en los cuales la juventud reorganiza
desde la violencia su mundo cotidiano. La escuela y la universidad, les sirve a
los estudiantes como lugares de encuentro y de intermediación para lograr los
objetivos que buscan por medio de la intimidación.
Por otra parte, en una sociedad donde las relaciones interpersonales se
resuelven, muchas veces, con disputas, insultos, descalificaciones o la
ignorancia del otro y donde se observa, violencia de género, violencia escolar,
violencia frente al que opina diferente, violencia de los medios de
comunicación, violencia en la familia, violencia entre políticos, entre
docentes, de docentes hacia los alumnos, entre compañeros de trabajo, etc.
Pareciera como si todo lo resolviéramos de forma violenta. Al respecto, ¿Pueden
los medios de comunicación mandarnos mensajes de violencia sin medida en base
al dios de la audiencia? ¿Podemos los adultos o cualquier ciudadano, tratar mal
a nuestra pareja, a nuestros hijos, a los estudiantes, a nuestros compañeros de
trabajo? Tal vez exista un límite a la hora de violentar a otro ser humano. Es
evidente que la escuela debe plantear de cara esa realidad. Sin embargo, los
estudiantes, sus familias y también los docentes son ciudadanos integrantes de
esta sociedad; son personas, seres humanos, que tras impregnarse de la dinámica
social deben reinventarla cada día.
Es hora de mirarnos al espejo y observar nuestras
formas de relacionarnos con el otro, sea alumno, padre o profesor.
Reflexionemos. Pongámonos en el lugar del otro. Escuchémoslo de verdad.
Hablemos utilizando las palabras para comunicar y entendernos, no como dardos
arrojadizos con un fin oculto, muchas veces hasta para el propio emisor. Si
queremos atacar la raíz del problema, bajar a ese nivel de prevención, del que
siempre hablamos y nunca abordamos, deberemos replantearnos muchas cosas y ser
más ambiciosos. No por el bien de la escuela, sino por el de la sociedad, el
bien de un mundo en el que nos ha tocado vivir y que, para bien o para mal,
podemos modelar con cada uno de nuestros actos. De este modo se puede
considerar, que las conductas antisociales tienen origen social, familiar,
económico y cultural.